Première
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28-29 de septiembre de 2021 Alès • Escena national Le Cratère
Musique
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Igor Stravinski 4
Chorégraphie
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Thierry Malandain
Décor et costumes
Lumières
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François Menou
Réalisation costumes
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Véronique Murat, Charlotte Margnoux
Réalisation décor
Réalisation accessoires
Réalisation décor et accessoires
Coproducteurs
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Donostia Kultura - Victoria Eugenia Antzokia -Donostia / San Sebastián (Espagne) – Ballet T, Chaillot-Théâtre national de la Danse – Paris, Théâtre des Salins, Scène nationale – Martigues, Le Cratère – Scène nationale Alès, Opéra de Reims, La Rampe – Scène conventionnée Echirolles, Opéra de Saint Etienne, CCN Malandain Ballet Biarritz
Partenaires
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Théâtre Olympia d’Arcachon, Le Parvis - Scène nationale de Tarbes Pyrénées, Théâtre de Saint Quentin-en-Yvelines - Scène nationale, Festival de Danse Cannes - Côte d’Azur France
Ballet
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para 22 bailarines
Durée
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30 minutos
Carpeta de presentacion
Nota de intención
Basada en una idea de Laurent Brunner, director de Château de Versailles Spectacles y de Stefan Plewniak, violinista y principal director musical de la Ópera Real de Versalles, esta creación que verá la luz en noviembre de 2023 fusiona las celebérrimas Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi y las de su contemporáneo y compatriota Giovanni Antonio Guido, prácticamente desconocidas.
Las de Vivaldi, que difundieron su energía apasionada mucho antes de su publicación en Ámsterdam en 1725, conforman un ciclo de cuatro conciertos para violín cuyos títulos son, ineludiblemente, los siguientes: Primavera, Verano, Otoño e Invierno. En cada título, tres movimientos cuya finalidad esencial no es el virtuosismo. Novedad para la época, van precedidos de sonetos atribuidos a Vivaldi y ofrecen una sucesión de escenas agrestes que celebran la naturaleza de forma descriptiva.
Es una obra de las más conocidas e interpretadas del mundo: con más de mil grabaciones hasta la fecha, sin contar conciertos, catálogos de música para llamadas en espera y anuncios publicitarios, este himno universal a la naturaleza redescubierto a mediados del siglo XX posee la facultad de agradar. De ahí su inmensa popularidad y de ahí también la lasitud o incluso el rechazo que puede provocar la obra. Así, Igor Stravinsky declaró lo siguiente en 1959: “Vivaldi está sobreestimado absolutamente, un tipo aburrido que podía componer la misma forma una y otra vez”(1) ; el compositor Luigi Dallapiccola la definió como música fácil; o el propio Stravinsky declararía en otra ocasión (2) que “el cura rojo” compuso “el mismo concierto quinientas veces”. Algo que es falso y totalmente injusto.
Dicho esto, en todo su esplendor, en toda la extensión de sus promesas, es cierto que Las cuatro estaciones del músico veneciano están tan manidas, tan explotadas, hasta la extenuación, que como reacción se han convertido en auténticas cantinelas, pueden provocar irritación, la más absoluta indiferencia o, como en nuestro caso, abarcar pensamientos melancólicos. Y más incluso en el clima desencantado y corrompido actual, en el que la degradación de la naturaleza constituye una amenaza existencial. En contraposición, y con el término naturaleza asumiendo la significación de “nacimiento” debido a su carácter inédito, Las cuatro estaciones de Giovanni Antonio Guido deberían aportar un aire
fresco, una renovación, un motivo de esperanza.
Fueron publicadas en Versalles en torno a 1726 pero quizá sean anteriores a las de Vivaldi, ya que podrían haber sido compuestas hacia 1716 para la inauguración de cuatro cuadros ovales pintados por Jean-Antoine Watteau: sobre el tema de las estaciones, decoraron la residencia parisina de Pierre Crozat, tesorero de Francia, mecenas y coleccionista. En cuanto a Guido, destacado violinista genovés, era miembro de la corte musical privada de Felipe de Orleans, regente de Francia, antes de pasar al servicio de su hijo Luís. Escrita en la forma francesa de la Suite de danza, a semejanza de Vivaldi, la partitura pone música a cuatro poemas anónimos: las Personalidades de las estaciones. Cambios estacionales que Guido busca describir añadiendo toques de verde, de azul o de rosa muy pálido. Pero también divinidades campestres como las de Las Estaciones del abad Jean Pic, representadas en la Real Académica de Música de 1695 a 1722 con coreografía de Louis Pécour. Basado en melodías de Pascal Collasse y Louis Lully, el ballet constaba de cuatro “entradas”, número sagrado vinculado a la creación, al equilibrio o la armonía. Cuatro puertas que vamos a atravesar para avanzar por el sendero del ideal.
Pero, ¿hasta dónde llegaremos? No lo sé… Los golpes de arco de Guido imitan respetuosamente el transcurrir de las estaciones pero nosotros estamos en el teatro, donde todo es falso y se pierde en la atmósfera.
Ése es precisamente el problema del coreógrafo, preso de los límites de su arte. Por lo que la solución, si deseamos continuar contemplando la naturaleza cuando abre su corazón a la primavera, es respetarla sin límites ni falsas apariencias.
Tras los himnos a la humanidad y a los seres vivos que supusieron La sangre de las estrellas (2004), Noé (2017), la Pastoral (2019), Sinfonía (2020) o incluso El pájaro de fuego (2021), lo ideal sería que Las Estaciones no se conviertan en falsas a fuerza de querer ser verdaderas.
Thierry Malandain, octubre de 2022
(1) Conversations with Igor Stravinsky, Robert Craft, 1959, p. 84
(2) Vivaldi: Amour de la Musique, Marc Pincherle, 1955, p. 55